Una sociedad Sheinizada

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La calidad no está de moda, ni siquiera el marketing usa el concepto porque ¿a quién le importa? Cuando escuchamos que algo es de calidad, rápidamente pensamos que va a durar mucho y que será caro, demasiado caro. Además, por qué hacer el esfuerzo si solo quiero que me sirva hasta que aparezca otra cosa más novedosa.

Vivimos de espejismos, es evidente, de ahí la viralizada frase “lo que pedí vs. lo que me llegó”, pero volveré a pedir. Vivimos de anhelo en anhelo y, por tanto, de desilusión en desilusión.

Prevengo a mi lector de que este artículo lo escribo desde la voz de clienta insatisfecha con la realidad que nos venden, es decir, es mi hoja de reclamación.

¿Soy la única preocupada por cómo la línea entre hacer marketing y engañarte en tu cara se ha desdibujado? No soy una ilusa, entiendo la situación, no salí ayer de la caverna, hay tanta oferta que destacar, es imposible. Y si no destacas, no comes. Pero ¿sabes ese amigo que de exagerado acaba siendo mentiroso? Todos tenemos uno. Y es ese saber venderse lo que se está apoderando del mercado. Antes uno tenía un producto, profesión o servicio, y su objetivo era mejorarlo para que el consumidor contento repitiera y su buena fama hiciera el resto. ¿Ahora?, lo que importa es que parezca bueno, con los aditivos, ángulos, y reviews pagadas que sean necesarias. Porque lo que se compra ya no se sabe qué es, solo se imagina. Y la imaginación, la labia, es muy modulable.

Poder decir “tengo un máster

Esto también viene afectando a mi profesión, la psicología. Nos la colaron con Bolonia, nos quitaron un año de licenciatura para luego obligarnos a estudiarlo en forma de máster, que suena más rimbombante, y ahora hay que pagar para tener los mismos estudios que antes, pero poder decir “tengo un máster“. Pero el máster general sanitario no es la única formación hiper-cara en la que uno no paga por lo que aprende, sino por el título que promete que sabe algo. ¿De dónde vendrá el síndrome del impostor verdad? Yo agradezco haberme salvado de esa fiebre gracias a que a mis pacientes no les importa lo que cuelgue de mis paredes, sino si con el tratamiento se curan o no. Lógico.

¿Cómo se vende ahora?

Volvamos al área común y continúo mi análisis psicomarketiniano, no olvidemos que el psicoanálisis está en el nacimiento de la publicidad, pues es a sabiendas de cómo funciona el ser humano que nos pueden vender algo. Ciertamente, fuimos los culpables del inicio del declive de la calidad del producto ¿Lo sabías? Edward Bernays, sobrino de Freud, fue un publicista que utilizó la obra de su tío para sentar las bases de una nueva forma de vender. A través del juego de las identificaciones proponía vender los productos como aquellos objetos que hacen que uno advenga quién desea ser. Pero algo ha cambiado, la nueva estrategia ya no es llegar a ser, sino pertenecer a través de un tipo de consumo, a un tipo de club; es decir, estamos de vuelta en el patio del instituto.

Ya no es un objeto el que te convierte en guay. Ahora el marketing lo que genera es un modelo a seguir, llamado influencer. ¿Cómo se hace un influencer/ modelo a seguir/ persona que uno desea ser? Haciendo que parezca que la completud es posibleellos son la prueba. Tras su cutis del reino de los cielos, hay una persona que llega a todo, que sabe de todo y que, por supuesto, es también bella por dentro ¿Y eso cómo se sabe?, porque están concienciadas políticamente con lo que uno debe estar concienciado políticamente el día que toca estar concienciado políticamente con eso, fundamental. Qué mal les ha venido el conflicto entre Palestina e Israel… En resumen, hablan de lo que hay que hablar, son lo que hay que ser. Este espejismo adquiere muchos adeptos, llamados seguidores (da igual que sean bots, ya verás por qué). Los seguidores son imprescindibles porque si dinero trae dinero, seguidores trae seguidores. ¿O no miras cuántos le siguen antes de apuntarte al ruedo? Podría acudir a Freud y su famoso libro “Psicología de las masas“, pero voy a sacar de paseo a la psicóloga que llevo dentro y te lo explico con un experimento sociológico:

Se observó que cuando hay dos puertas las personas van saliendo por las dos, pero si por casualidad una de ellas empieza a tener más tránsito, la gente tiende a pensar, “si todos salen por esa será por algo”, y una deja de ser automáticamente utilizada, ¡aunque haya atasco en la otra1!

¿Moraleja? Nadie quiere ser el tonto que se equivoca, y nuestro juicio queda suspendido porque “la masa sabrá lo que hace”. A este experimento, que ya tiene años, le añadiría una segunda fase, hacer pasa a un influencer por una puerta, y ver por dónde pasa el resto.

¿Y dónde está el problema? El problema es que una vez se descubre el truco de magia detrás del juego de luces y sombras, pocos dirán “¡hemos sido engañados!” ¿Por qué?, porque hay que estar con los popus. Así que ya no necesitan vivir del Fake it until you make it, muchos pueden vivir del Fake it and that’s it. El propio consumidor participa de la puesta en escena. Quizás en esto tenga culpa la disonancia cognitiva, pero eso te dejo que la investigues por tu cuenta.

La calidad no siempre brilla

En resumen, vengo a decirte algo que ya sabes, pero que asumirlo te dejaría sin muchos guías que te digan qué hacer con tu vida, y claro, ¿quién quiere esa catástrofe de vivir sin un amo? Yo al coach mientras me diga que él tiene la verdad universal, le pago lo que sea. Dios tiene cuota. Al grano. Lo siento, pero que alguien haya escrito un libro, no significa nada; que alguien tenga muchos títulos, no significa nada; que alguien tenga muchos seguidores, no significa nada; que alguien tenga mucha presencia en los medios, no significa nada. Todo eso, a día de hoy, se puede conseguir con una buena tarjeta de crédito. Por favor, volvamos a mirar el contenido más allá de la portada y la magnificencia de su autor. ¿Para qué? Para que no todo se convierta en carátula.

Notas

[1] Aronson, E. (1994), El animal social. Alianza Editorial

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